Sentada leyendo el periódico, en
el sofá que él dejo, ese sofá viejo del que
todo mundo se enamora, ahí estaba, viendo pasar a un lado las nubes que se
reflejaban en la ventana.
Una de las notas donde sutilmente
insinuaban el accidente de una persona que al pasar la calle no vio un camión,
donde “afortunadamente” no murió, pero perdió las piernas.
Imagino la expresión de muchos
lectores, el que “afortunadamente” estuviera con vida, y como yo, otros, Con un
gran duelo en el corazón por ese desconocido que no le cortaron solo las
piernas, sino también las alas.
Ver por un momento la vida y tu
futuro de alguna manera. Sentir que no se depende de nadie y de nada, sentirse
el dueño del mundo. Mientras en un segundo, que seguramente quedara como un
recuerdo, un recuerdo borroso, y estruendoso, de un crash quizás, o de una palabra, un grito; al fin y al cabo eso, un
segundo de recuerdo borroso.
Luego de ese momento, todo
cambia, sin alas, sin fuerzas, desubicado, desmoronado.
No murió, simplemente le
arrancaron el alma, y las ganas de luchar, y solo tiene dos opciones, si es que
logra sobrevivir.
Una. Dejarse morir de tristeza,
que ya sin alma que más da.
Dos. Intentar reponerse, luchar
el doble para no caer en depresión, y saber que jamás volverá a ser igual, ni física
ni emocional ni de ninguna manera.
No importa lo que decida en ese
momento, jamás volverá a ser el mismo hombre, que pasa desapercibido ante la
gente. Es diferente a todos, jamás volverá a pensar igual.
Pues así, leyendo esa nota en el periódico,
salieron mis lágrimas; quizás jamás sabré quien Diablos es ese señor, y no
lloro por él, él y sus piernas y su depresión y sus fuerzas realmente no eran
de mi interés. Empecé a llorar como una niña, al darme cuenta que ese
accidente, ese crash, ese grito, esas
palabras, ese segundo de recuerdo borroso, me sucedió a mí. Afortunadamente mutilada
me quede. Si a eso queremos llamarle fortuna, así fue….
Ese día recuerdo bien, mis
planes, mi vida tenía un rumbo. Extasiada de estrés, de dejar a un lado a mi
familia porque ni tiempo para mi tenia terminando la tesis de mi segunda
carrera universitaria.
Una madrugada, estaba sentada en
un frio sofá de un hospital, frente a mí el cuerpo dormido de mi mamá, agotada
de tanto llorar y esperar, ahí tan linda dormida. Aclarando que fue un segundo
borroso de recuerdo el que hoy les cuento. Las palabras del doctor “Rolando se fue, no pude hacer nada” fue el Crash de mi vida, ese segundo que ya no
recuerdo y que recuerdo tan bien. No llore, no sentí, simplemente me derrumbe
mientras seguía parada, empecé a notar que lloraban, y me dirigí a donde él
estaba, lleno de aparatos a su alrededor, ni recuerdo bien, que le reclame, a
si, reclame su cobardía de dejarme, y que derecho tenía el de irse de nuestro
lado, que los planes eran juntos llegar a viejos. Pero ese crash me dejo con reclamos lagrimas y mutilada de por vida.
No morí, simplemente me arrancaron
el alma, mis ganas de luchar, me robaron las alas, y solo tuve dos opciones:
Una. Dejarme morir de tristeza,
que ya sin alma que más da.
Dos. Intentar reponerme, luchar
el doble para no caer en depresión, y saber que jamás volveré a ser igual, ni física
ni emocional ni de ninguna manera.
Ya ha pasado más de un año, y no sé
decirles que decisión tome, a veces la uno, y a veces la dos. Simplemente deje de ser la misma, mujer, niña
o persona, simplemente deje de ser Diana Rodríguez, para ser Diana Rodríguez. Que aprendí a ver la vida, como que en
cualquier momento puede pasarte un crash,
y todo queda como un segundo de recuerdo borroso, incluso hasta esas sonrisas,
que no importa cuanta gente pueda estar junto a mí, nadie podrá devolverme las
alas, hasta que me toque partir. Que no hay nada más valioso para mi, que el
momento en decir “te amo” a quienes tengo conmigo incluso a él que ya no está.
Que no sé si es una fortuna o no
el quedar “afortunadamente” mutilada.
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